martes, 11 de noviembre de 2008

COLLAGE VIRTUAL DEL TERROR POR EL PLACER




En cuanto se abre la ventana del mundillo alterno que presenciamos con experticia, vemos que tenemos nuestra imitación de la vida real a nuestros pies. La última vez que tuve la experiencia de la presencia física no fue tan clara; llevamos un espacio mediado por un mundo que constantemente nos elimina la posibilidad de concebir la experiencia de sentir el cuerpo, un mundo en el cual la imagen se nos vuelve una bitácora de lo lejano. Se ha creado una ficción de la vida, percibo todo el mundo por medio de un filtro que no alcanza a entregar toda la magnitud del oxígeno entrando en un coito permanente con mi mente, de la piel rozando cientos de texturas que se suelen estremecer cuando el encuentro hace parte de lo humano, que ahora prácticamente se quedó en el campo del anhelo, de lo anecdótico, de recuerdos que cada vez son más confusos. Somos parte de la realidad esquizoide que nos permite disfrutar el paralelismo del mundo virtual sazonado simplemente por el movimiento agonizante de los dedos tratando de estimular a la máquina, que resume cada orgasmo en pantallazos incesantes que son recibidos por el usuario como breves momentos de placer simuladores del olor del sexo lubricado, en esta ocasión sólo el placer por la sobrecarga de información, la gula de morbo binario.

El collage atemporal de la fascinación por el registro de nuestras vidas, ha generado que el momento inerte del flash que alaba el deseo de imitar el estereotipo de celebridad sea la excusa para interpretar la realidad desde nuestra óptica pornográfica, desde nuestra obsesión por excitar la mente escarbando en el mundo del otro, el mundo que alguna vez fue privado, que alguna vez le perteneció, el mundo que alguna vez nos perteneció. Ahora la vida está expuesta en una jaula de un zoológico social; queda la duda de saber si fuimos creados para que nuestra existencia, nuestro diario vivir sea parte de un espectáculo público organizado para que el placer sea la posibilidad de satisfacernos vorazmente con el morbo del voyeurista de la cotidianidad. Tal vez visto de esa forma, ahí mismo está la respuesta de esa fascinación, nuestro placer por tener la posibilidad de husmear en lo que progresivamente se ha vuelto público. El riesgo de este juego es lo que se ha vuelto un comportamiento globalizado, que es la docilidad con la que traspasamos nuestra vida al campo virtual, adquirimos una vida paralela en un mundo que nos ha saciado con mayor éxito que nuestra vida material, física o como la llamemos. Pertenezco al fenómeno de un “second life” sin la necesidad de inscribirme a las listas de un juego de rol en tiempo real, ya no es un juego consciente, es la vida que he escogido sin dejar que los párpados se hayan abierto en su totalidad, ya no necesitas crear tu “avatar”, sino que puedes llegar a ese triste climax de ser tu mismo personaje ficcional, no eres el de la imagen, no eres lo que le vendiste a los usuarios sedientos de aceptación y de vidas para succionar, como a un miembro cibernético que finalmente es un holograma de nuestra represión, de la paranoia estimulada por la publicidad y los medios.

Gracias a este miedo, ya no quiero ser protagonista de un juego erótico, estoy más cómodo con mi silla de espectador, en un escondite, en lo oculto de mi espacio privado. Casualmente desde un espacio privado, viendo a mi público, siendo parte de un público, siendo un espectáculo imaginario, pero perdiendo la oportunidad de ser de nuevo el actor de la vida, del juego del placer, de lo íntimo, del placer de lo privado. Mi “eros” es motivado por el impulso de verlo todo, pero ya no por sentir, por exaltar la capacidad de los sentidos, sino por vivir anhelando lo explícito, por poder hurgar en lo que publicó el “invisible” como parte de su diario de ficción. Ya se fue el “eros” romántico y nos dejó el “eros virtual” y la felicidad está en la caricia a un mouse, en la estimulación del teclado y en los flashes de mis recuerdos reducidos a la publicación de mi bitácora del espectáculo de lo privado.

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